Srebrenica recuerda el último genocidio ocurrido en Europa
Día 14/07/2013 - 16.05h
Cada 11 de julio, centenares de musulmanes bosnios rescatados del olvido en las fosas comunes, son enterrados en una ceremonia emocionante y amarga
No hay escapatoria, pese al negacionismo serbio y la ignorancia europea. Pese a los intentos de los ultranacionalistas serbobosnios y la ayuda de Belgrado, Srebrenica, el mayor genocidio cometido en Europa tras la Segunda Guerra Mundial, no ha caído en el olvido. Es uno de los escasos frutos decentes del acuerdo de Dayton que puso fin a la guerra en Bosnia-Herzegovina (1992-1995), que consagró las fronteras étnicas al gusto de uno de los artífices de la matanza, a juicio en el Tribunal Internacional para la antigua Yugoslavia, el general Ratko Mladic(«siempre se trazan con sangre»): la creación de un gigantesco banco de sangre en Tuzla para poder identificar a los miles de desaparecidos. En el caso de Srebrenica, 6.066 han podido hasta ahora recobrar su identidad y ser enterrados en el cementerio-memorial de Potocari. En el mismo lugar donde estaba la base de cascos azules holandeses y miles de musulmanes buscaron infructuosamente refugio ante la barbarie el 11 de julio de 1995. Al menos 8.372 hombres en edad militar (y varios centenares de niños) fueron separados de sus madres, esposas e hijas y exterminados. Cada 11 de julio, un intenso y amargo funeral recuerda, para vergüenza de Europa, lo que las naciones civilizadas se comprometieron a evitar tras la segunda gran guerra: el genocidio y los crímenes contra la humanidad.
«Tenía un trabajo antes de la guerra. Ahora está todo perdido»
«Postales desde la tumba» (Galaxia Gutemberg) es tal vez el mejor libro publicado sobre lo que ocurrió en Srebrenica. Su autor, Emir Suljagic, se salvó porque trabajaba de intérprete para los «cascos azules» holandeses: «He sobrevivido. ¿Mi nombre? Podría ser cualquiera: Muhamed, Ibrahim, Isak, no importa. Yo he sobrevivido, muchos otros no. He sobrevivido del mismo modo que ellos murieron».
Srebrenica y Ruanda
La cita se ha convertido en un motivo de llanto y de promesas. Llanto de las madres, las esposas, las hijas, los hijos pequeños de quienes fueron clasificados como carne de matadero. Solo por ser musulmanes. Como en su día lo fueron los judíos. O el año anterior, 1994, los tutsis y los hutus moderados en Ruanda. Las mujeres se desgarran ante los delgados y livianos féretros que contienen todo lo que queda de quienes formaban parte de su vida. Muchas deslizan las manos por la funda verde como para abrazar a un fantasma, dilatar la última caricia. Al menos fueron identificados. Los serbios no solo niegan (salvo excepciones, como las Madres de Negro, de Belgrado, siempre presentes en Potocari) sino que los que pusieron en marcha el genocidio removieron las fosas comunes, desmembraron los cuerpos, los diseminaron en puntos separados por kilómetros de olvido. Para borrar las huellas. Pero en los laboratorios de Tuzla no solo han creado un formidable banco de sangre de los supervivientes para contrastarlo con el ADN de los huesos, sino que también se han aprovechado de las técnicas informáticas desarrolladas en Estados Unidos tras el 11-S.
Memorias de números
Desde 2003, cuando en tres remesas se entregaron a sus familias 989 ataúdes, los primeros que fueron enterrados en Potocari, cada año, cada 11 de julio, se reaviva la memoria y con ella la vergüenza de Europa: 338 fueron entregados en 2004, 610 en 2005, 505 en 2006, 465 en 2007, 308 en 2008, 532 en 2009, 775 e 2010, 613 en 2011, 520 en 2012. Con los 409 entregados este año a la tierra, no sin antes proteger el féretro con un tejadillo de tablas, son 6.066 cadáveres de los que se quiso borrar todo rastro de la faz de la tierra a los que se ha devuelto el nombre, es decir, identidad, y un entierro digno. El funeral conmueve al más duro, aunque muchos serbios que ahora viven en las casas arrebatadas a los musulmanes prefieren mirar hacia o dicen que el genocidio es una patraña. Como cuando acusaban a los vecinos de Sarajevo de sitiarse y bombardearse a sí mismos. Un informe de la ONU estima que los serbios cometieron el 90 por ciento de las atrocidades de la guerra, un 7 por ciento los croatas y un 3 por ciento los musulmanes.
«Las familias pueden cerrar el duelo enterrando a sus muertos»
Casi al final de «Postales desde la tumba» escribe Emir Suljagic: «La única pregunta que me gustaría plantear a todos los amigos que he hecho después de la guerra es si recuerdan dónde estaban el 11 de julio de 1995. No me atrevo porque no estoy seguro de recibir la respuesta que deseo con todos sus detalles; no me atrevo porque sé que al final me quedaría solo, sin nadie. (…) Lo que ocurrió en Srebrenica durante unos pocos días de julio de 1995 fue una de las más grandes traiciones de la especie humana».
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