sábado, 4 de mayo de 2013


El Pelé, el santo gitano ejecutado en la Guerra Civil por su fe

Día 04/05/2013 - 04.29h

A finales del 36, los milicianos detuvieron a Ceferino Giménez Malla por defender a un sacerdote que estaba siendo golpeado. Le ofrecieron la libertad si entregaba su rosario, pero se negó y fue fusilado

El Pelé, el santo gitano ejecutado en la Guerra Civil por su fe
ABC
Retrato de «el Pelé», primer gitano beatificado de la historia
Son muy pocos los gitanos que, por unas razones u otras, alcanzaron cierta notoriedad durante la Guerra Civil, y ciertamente el estudio de su papel en el trágico periodo comprendido entre el 36 y el 39 es muy escaso. Apenas encontramos un par de estudios al respecto y el recuerdo de algún personaje como el pintor anarquista Helios Gómez. Pero en este océano de oscuridad destaca un hombre que trascendió las fronteras del tiempo hasta el punto de que tal día como hoy de 1997,Juan Pablo II le convirtió en el único gitano beatificado en la historia del Iglesia. Su nombre: Ceferino Giménez Malla, alias «El Pelé».
El Pelé, el santo gitano ejecutado en la Guerra Civil por su fe
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El Pelé, en 1920
«Su vida muestra cómo Cristo está presente en los diversos pueblos y razas y que todos están llamados a la santidad, la cual se alcanza guardando sus mandamientos y permaneciendo en su amor», dijo el Papa sobre él en su homilía de mayo del 97.
A diferencia de Helios Gómez, que llegó a ser un miembro importante del Partido Comunista, «El Pelé» no era más que un simple comerciante marcado profundamente por la religión católica. Había nacido en Fraga(Huesca) un 26 de agosto de 1861, fiesta de San Ceferino Papa, de quien tomó el nombre, y vivió siempre, al igual que su humilde familia, profesando la ley gitana tanto en su formación como en el desarrollo de su vida.
Tras pasar su infancia recorriendo los caminos montañosos de la región, dedicado a la venta ambulante de los cestos que él mismo fabricaba con sus manos, se casó muy joven al estilo gitano con una muchacha de Lérida. Fue después de aquello cuando comenzó a frecuentar la iglesia, hasta el punto de que, en 1912, decidió regularizar su matrimonio con «su Teresa» según el rito católico.
Cuentan que había pocos hombres tan honrados como él, y como tal, era igualmente querido por payos y por gitanos, quienes acudían a él para solucionar sus conflictos por su prudencia y sabiduría. Y el dinero que ganó después como tratante en la compraventa de mulas por las ferias de la región, lo ponía en no pocas ocasiones a disposición de los más pobres.

«El Pelé no es un ladrón, es san Ceferino»

Cuando en una ocasión fue acusado de robo y encarcelado, en el juicio en el que fue declarado inocente su abogado llegó a decir de él: «El Pelé no es un ladrón, es san Ceferino, patrón de los gitanos».
Pasó su vida hasta la Guerra Civil entre las misas diarias, el rezo cotidiano del santo rosario y su dedicación por la catequesis de los niños, a quienes contaba pasajes de la Biblia y les enseñaba las oraciones y el respeto a la naturaleza, y era miembro además de diversas asociaciones religiosas como los Jueves eucarísticos, la Adoración nocturna, las Conferencias de San Vicente de Paúl o la Tercera Orden Franciscana.
Pero luego vino la guerra, que todo lo arrasó, y a finales de 1936, viviendo en Barbastro, fue arrestado por un grupo de milicianos por salir en defensa de un joven sacerdote que estaba siendo golpeado a culatazos y arrastrado por las calles de la localidad oscense para llevarlo a la cárcel. Y por si fuera poco, «el Pelé» llevaba un rosario en el bolsillo que fue la gota que colmó el vaso para los milicianos.

«¡Viva Cristo Rey!»

Fue aquí donde empezó su calvario, ya que fue condenado a muerte, y de la que no le salvó ni su amistad con don Florentino Asensio Barroso, obispo de Barbastro, a quien conocía de las reuniones clandestinas que organizaban por la Adoración nocturna en casa del obispo, forjando una amistad nada corriente entre un obispo y un gitano, que les auguró el mismo final y casi el mismo día.
Cuando «El Pelé» salió en defensa del joven sacerdote, sabía que aquello podía costarle la vida. Al igual que el cotidiano gesto de llevar un rosario consigo. Los milicianos le ofrecieron el indulto si renegaba de sus creencias católicas y entregaba el rosario, pero su fe era más grande y prefirió permanecer en la prisión y afrontar el martirio. Seguramente habría podido salvarse entregando su rosario a un miliciano amigo que quería ayudarle, pero tampoco aceptó.
En la madrugada del 8 de agosto de 1936, fue fusilado junto a las tapias del cementerio de Barbastro, con el rosario en la mano, mientras gritaba: «¡Viva Cristo Rey!».
Su beatificación le convirtió en el primer gitano que alcanza la gloria de los altares en la historia de la Iglesia. Y aquel 4 de mayo de 1997 fue en una gran fiesta calé en torno a Juan Pablo II, a la que acudieron más de 3.000 gitanos de toda Europa y Asia, entre ellos mil españoles, en la que el Papa propuso al nuevo beato como nuevo modelo de concordia entre gitanos y payos.

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